“Fracasa mejor la próxima vez”. La frase viene de una novela del escritor irlandés Samuel Beckett, pero circula por redes sociales en contextos para nada literarios. Cada vez la veo con más frecuencia. Alguien se funde con su negocio, otro no pasa un examen, un tercero no se gana la beca que esperaba, pero no importa, ahí llega Beckett para consolarlos, ya sea en los posteos de los amigos o de los propios damnificados, que, junto con su experiencia de la derrota, comparten la foto del escritor y esa especie de eslogan motivacional.
Alguna vez el verbo fracasar fue sinónimo de naufragio. Don Quijote habla de su poca habilidad para herir gigantes, “descabezar serpientes, fracasar armadas y deshacer encantamientos” y esa es, parece, la primera vez que el verbo aparece en castellano. En esa época fracasaban los barcos, los reinos y las empresas, pero no tanto los humanos. El verbo, que en su camino desde el italiano, significa “romperse en pedazos”, fue perdiendo peso hasta volverse una metáfora cristalizada para significar la desazón cotidiana que implica vivir en el capitalismo. El éxito, que en principio quería decir apenas finalizar bien un trabajo o empresa (o sea, salir airoso), en algún momento adquirió esa contraparte violenta: no llegar a la cima equivale a partirse en mil pedazos.
Pero si miramos las biografías de los famosos, es obvio que los momentos de fracaso son más interesantes que los de éxito. La web está llena de titulares que prometen contarte “cuáles de estas celebridades hoy tienen trabajos comunes y corrientes” o “los cincuenta famosos de Hollywood que lo perdieron todo”. Esta lista incluye a Mike Tyson, quien se las ingenió para gastar toda su fortuna en cosas como tigres de bengala y bañaderas de dos millones de dólares; Nicholas Cage, que perdió varias de sus propiedades por evasión de impuestos en una estafa de su contador y Burt Reynolds, que alguna vez gastó cien mil dólares en peluquines, pero terminó en bancarrota después de su divorcio. Como si fueran versiones degradadas de la tragedia, en la que el tránsito de la fortuna a la nada se contaba a modo de catarsis, estos clickbaits son muy efectivos. No podemos evitar la curiosidad pero también nos atrae comprobar que esos destinos inalcanzables pueden esfumarse de pronto y transformar a esas celebridades en personas comunes con malos asesores.
En cuanto a Beckett: no, no escribió esa frase para consolar a milennials que se fundieron con sus emprendimientos. En su novela significaba otra cosa: la desesperanza del escritor ante la tarea de dominar el lenguaje. Dudo que quienes citan esa especie de eslogan hayan leído Rumbo a peor, pero el título igual sirve para contrarrestar la frase: no es verdad que el éxito llega para todos. Conviene recordar que hay perseverancias que no sirven para nada y voluntades que se quedan solo en eso, como también que se puede vivir sin medir todo según la idea de éxito que aprendemos mirando estupideces online.