de la muerte del papa Francisco al callejón que atrapa al Vaticano


La muerte siempre es una tragedia, pero en el caso del papa Francisco la agiganta el contexto en el que sucede su desaparición, de enorme retroceso cultural y civilizatorio. Jorge Bergoglio era un conservador. Es incorrecta la simplificación muy extendida sobre un duelo entre progresistas liberales de un lado y halcones ortodoxos del otro. Existe, pero la disputa real es entre quienes intuyen la historia y aquellos que la niegan.

El papa argentino estaba claramente entre los primeros sin abandonar lo que fue a lo largo de su vida. Por eso entornó puertas que estaban clausuradas con cerrojos vetustos, pero no las abrió totalmente. Hubo incluso muchas que ignoró como el lugar real de la mujer en la Iglesia, a la par de los hombres, o el complicado tema del celibato, cuando esquivó la ordenación de hombres casados en el Amazonas donde es indigente la presencia de curas.

Pero aun aquellos pasos moderados, que en otras circunstancias serían considerados exiguos frente a los avances sociales de la modernidad, aparecen como hitos frente a una realidad de creciente racismo contra la migración, de rechazo a la conciliación, el odio como base de la construcción política y un atronador medievalismo cultural. Todo lo que no sucedía al menos a estos extremos cuando este Papa llegó a la jefatura de la curia.

Ese es el principal desafío de la Iglesia a partir de esta muerte que apaga una cuota necesaria de sentido común. El Vaticano ha sido siempre una estructura política con sotanas, atenta al contexto. Ese comportamiento explica por qué Francisco fue elegido hace casi 13 años. Para una variedad de vaticanólogos su entronización respondía a la necesidad de sacar a la Iglesia de un alejamiento y parálisis que se agudizó con la gestión de Benedicto XVI.

Ahora la Iglesia debe decidir si retrocede nuevamente y se alinea con un presente de dominios populistas de ultraderecha, como propone un puñado de cardenales electores, o instituye la respuesta a esa realidad excluyente con un liderazgo alternativo potente. No parecen existir alternativas intermedias. Ese estilo, que caracterizó al papa muerto, terminó con él. Es probable que la feligresía demande definiciones. Si no las hay, supondrá un costo, como sucedió con la gestión de los predecesores inmediatos de Francisco a quienes Bergoglio, sin embargo, consideró santos.

Contradicciones

El pontífice argentino en su propio desarrollo exponía las contradicciones de la Iglesia que ahora amenazan agudizarse. “Como un capitán de barco varado entre dos orillas, cierta teología de Francisco era incompatible en puntos clave con la tradición de la Iglesia: por lo tanto, era inevitable la contradicción porque ocupaba la silla responsable de mantener esa tradición”, explicó Douglas Farrow, profesor de teología y ética de la Universidad McGill de Canadá y titular de la Cátedra Kennedy Smith de Estudios Católicos.

Como todo lo que se mueve Francisco fue consecuencia de una circunstancia histórica. Su papado arranca cuando se extendían los efectos de la crisis económica y financiera de fines de la década anterior, que acumuló a masas oceánicas en las orillas del reparto, amplificando la grieta entre el norte y el sur mundial.

Un acomodador sostiene una imagen que muestra al papa Francisco en una misa en Harare, Zimbabue. Foto ReutersUn acomodador sostiene una imagen que muestra al papa Francisco en una misa en Harare, Zimbabue. Foto Reuters

Ese escenario de decepción y futuro cancelado requería de una respuesta. De ahí nace la idea de la iglesia callejera, de la austeridad y solidaridad hacia la otredad no reconocida e incluso despreciada por los ganadores de la etapa y que en Latinoamérica buscaba refugio en el evangelismo, en el resto del mundo en el islam o en religiones alternativas sincréticas.

Francisco se inspiraba claramente en Juan XXIII y Paulo Vi, uno y otro los impulsores a mitad del siglo pasado de un cambio profundo e incluyente de la Iglesia que tuvo como dato central el Concilio Vaticano II que apuntó al aggiornamento de la Iglesia a la luz del mundo moderno.

Cambió la liturgia, sacó el latín en las misas, puso al cura de frente a los feligreses hablando su idioma, e incluso agregó música y otro oído. Una Iglesia popular que, con la reciente posguerra, respondía a un mundo que sufrió una extraordinaria tragedia y apostaba a una existencia más abierta y tangible. Una vida a vivir.

Ahí también hubo un claro olfato histórico para canalizar ese espíritu, que es del cual carecían los dirigentes que se opusieron al Concilio y que hoy se han multiplicado en la curia a tono con el desembarco de la escuadra del altright. Es paradójico que muchos de quienes se autoinvitaron a los funerales del papa argentino, formaron parte, el caso de nítido de Donald Trump, de los ejércitos que buscaron fulminarlo.

Como señala Daniel Verdú en El País, son quienes buscan consolidar un relato cultural e ideológico sobre las raíces judeocristianas de Occidente. En esa óptica no cabe ni el ecologismo, el respeto a otras religiones, la tolerancia con los homosexuales o el repudio persistente que exhibió Francisco contra el racismo antiinmigrante que el trumpismo exhibe cínicamente como un derecho civilizatorio.

El mismo carácter político de la Iglesia explica que el papado de Francisco haya ido mucho mejor cuando en la Casa Blanca gobernaba Barack Obama. Tras su designación en el Vaticano, el pontífice se abrazó a la agenda del demócrata y ganó prestigio internacional como mentor de una Iglesia renovada e impulsor de cambios diplomáticos históricos.

Esos brillos le sirvieron para atenuar, de paso, las fuertes críticas en su contra en Argentina por sus fallidos políticos que lo metieron de lleno en la grieta que dividía a sus compatriotas. Pero el resto del mundo fue siempre ajeno a esos conflictos de su comarca.

La sociedad con Obama

La sociedad con Obama lo llevó a involucrarse con la crisis de Oriente Medio donde viajó en 2014 y reclamó con similares tonos del líder demócrata una Solución de dos Estados para el conflicto. En 2017 el Vaticano fue la primera capital del mundo en reconocer la existencia del Estado palestino. Su propósito era fortalecer a la vereda moderada de ese pueblo para reducir el poder de los extremistas, y evitar que las minorías ultras de Israel sabotearan la posibilidad de aquella imprescindible solución estatal.

Cuando los dos papas anteriores llegaron a la región, Juan Pablo II y Benedicto XVI, lo hicieron también a los territorios palestinos ocupados. Pero se preocuparon por visitar primero a Israel. Bergoglio alteró esa agenda. Llegó a Jordania y viajó directamente en helicóptero desde Amman hasta Belén, una de las ciudades palestinas más importantes en el corazón de Cisjordania donde se alza la Basílica de la Natividad, y desplazó a Israel a la última escala de esa gira. Todo en acuerdo con Obama .

Hay otros hitos de esa diplomacia. Destaca la contribución al deshielo entre EE.UU. y Cuba, que Washington, en aquellos años, procuró para fortalecer su imagen en la región donde crecía la influencia de Rusia y sobre todo de China. Se cerraba además un legado vetusto de la Guerra Fría.

Una monja enciende velas antes de una misa en memoria del difunto papa Francisco en la Catedral de la Asunción de la Santísima Virgen María en San Petersburgo, Rusia. Foto APUna monja enciende velas antes de una misa en memoria del difunto papa Francisco en la Catedral de la Asunción de la Santísima Virgen María en San Petersburgo, Rusia. Foto AP

La Iglesia, todavía muy influyente en la isla comunista, era bienvenida por el régimen para operar como una ONG que amortiguara y canalizara las tensiones sociales inevitables que produciría la apertura debido a estos cambios. A extremo tal que Francisco logró sentar en una misa a Raúl Castro.

Era el inicio del proceso de adecuación en Cuba similar al que experimentaron otras naciones comunistas, Vietnam o China, con brotes de iniciativa privada, una proto clase media y otros debates políticos, pero que desarmó Trump, cuando no!, en cuanto llegó a su primer gobierno.

Del mismo modo, esa presencia inesperada en la nación más poderosa de la Tierra, demolió el lugar que logró el Vaticano en la construcción geopolítica. Esas alternativas extremas que ahora han crecido de modo tan visible alrededor del mundo colocan a la Iglesia en un callejón donde se ha extraviado en otras épocas. En pocos días se sabrá no solo si puede escapar de allí, sino también si quiere hacerlo.

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