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Guerra en Oriente Medio, el paso más grave dentro del infierno


El infierno tan temido ya se ha corporizado. Una guerra entre Israel e Irán, con participación directa o indirecta de EE.UU., las dos potencias regionales detrás de la crisis que retuerce a Oriente Medio desde hace décadas, es un hecho. Aunque no sea tan claro el tamaño del abismo en el cual se está desbarrancando la región.

No sorprende. Es la estación no final de un proyecto lentamente construido que busca cerrar de modo radical el crónico litigio en ese espacio, lejos de la solución política de un Estado Palestino. La alternativa a la salida diplomática, que dejaría sin relato a los enemigos de Israel y fortalecería sus alianzas con el mundo árabe, es la destrucción militar de esos enemigos con los riesgos imprevisibles imaginables. No parece el mejor camino.

El primer ministro Benjamín Netanyahu es el arquitecto de esta consecuencia desde antes del inicio de la guerra en Gaza. La consigue al cumplirse un año justo del estallido del conflicto que disparó la banda terrorista Hamas con la masacre de 1.200 civles judíos el 7 de octubre pasado en una veintena de kibutzim del sur israelí.

Esa enorme provocación, que incluyó el secuestro de rehenes, tuvo muchos rostros en la furibunda interna de las organizaciones amparadas por Irán,que también desprecian al Ejecutivo palestino. Pero en términos objetivos fue un grave error táctico de la dirigencia de Hamas en Gaza, del cual Irán intentó distanciarse limitándose a mover a su milicia libanesa Hezbollah en una guerra de baja intensidad en la frontera norte de Israel y a los hutíes de Yemen, disparando al mar Rojo.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu en reunión del Gabinete de Seguridad. Foto XinhuaEl primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu en reunión del Gabinete de Seguridad. Foto Xinhua

Lo que posiblemente no se advirtió en aquel momento es que esos sucesos iniciaban una mutación del mapa geopolítico de la región. Ya Israel no usaría a Hamas para dividir el campo palestino como lo ha hecho desde la llamada desconexión de 2005, cuando el entones premier Ariel Sharon retiró unilateralmente a los 10 mil colonos de Gaza. Tampoco, por lo tanto, habría una ventana de negociación con la milicia libanesa, a despecho de su crecimiento político y militar desde la guerra de 2006 que apagaron EE.UU. y la ONU.

El punto central se fijó en Irán, lo que explica el ataque de Israel al consultado persa en Damasco en abril, que inevitablemente provocaría una reacción de Teherán que se saldó con el intercambio de misiles en puntas de pie de ese mes, prácticamente con aviso previo entre las partes. Fue la primera batalla abierta entre las dos potencias, pero Insuficiente para aquel proyecto.

La ofensiva ganó un giro superior con el asesinato en Teherán y en un edificio secreto protegido por la Guardia Revolucionaría, del líder en el exilio de Hamas, Ismail Haniyeh, un adversario del jefe de ese grupo en Gaza, Yahya Sinwar, que fue quien organizó la masacre del 7 de octubre.

El halcón mayor de Irán, el líder supremo Alí Jamenei, quien ordenó el bombardeo a Israel. Foto EFEEl halcón mayor de Irán, el líder supremo Alí Jamenei, quien ordenó el bombardeo a Israel. Foto EFE

El último paso en la secuencia ha sido el descabezamiento de la dirección política y militar de Hezbollah, la perla del llamado «eje de la resistencia» iraní, fundada por los halcones del experimento persa en la primera guerra del Líbano de 1982.

Obligado a actuar, el régimen finalmente vino al pie de Israel con el bombardeo de esta semana que apuntó a las bases militares de Nevatim, Hatzerim y Tel Nof, además de la sede del Mossad en Tel Aviv. No hay datos claros sobre el efecto del ataque que para algunos analistas fue premeditadamente limitado. Solo trascendió que no hubo heridos, salvo un muerto palestino en Cisjordania. Los proyectiles habrían sido neutralizados con la ayuda de EE.UU. Pero, muy importante, es la primera vez que los iraníes logran atravesar las defensas israelíes.

La gravedad de este episodio desborda el hecho de que Irán habría pretendido mostrar músculo a sus organizaciones afiliadas y también hacia su propia interna donde el conflicto con Israel es una herramienta de legitimación frente a una sociedad quebrada con gran parte de la mayoría juvenil de la población enfrentada a los ayatollahs.

Frustración que llevó al votó de un gobierno que dio la espalda a los halcones y buscó en los pasillos de la reciente asamblea de la ONU un acercamiento con Gran Bretaña, Francia y EE.UU. El ataque de esta semana descalabró la cuidadosa estrategia conciliadora. En esas contradicciones puede hallarse la razón vidriosa de este bombardeo que coloca a Irán en un blanco del cual siempre buscó alejarse debido a las patentes asimetrías militares.

El bombardeo liberó las manos de Israel para avanzar a una guerra a gran escala cuya duración y gravedad es un enigma, pero que no librará en soledad. El muy informado portal Político de Washington reveló que EE.UU. ha estado al tanto de la ofensiva en Líbano y de la invasión posterior. “Altos funcionarios de la Casa Blanca confirmaron a Israel el apoyo estadounidense de avanzar sobre Hezbollah, al margen de que públicamente el gobierno de Joe Biden inste a Israel a contener sus ataques”, señaló el portal.

El pantanal

Un aspecto aún más interesante de ese informe indica que asesores relevantes de Biden, como Amos Hochstein y Brett McGurk, a cargo de la estrategia en Oriente Medio, entre otros funcionarios de seguridad nacional, “entre bastidores” dieron luz verde a Israel “en el entendimiento que EE.UU. considera que la región está en un momento que definirá la historia, uno que transformará el Medio Oriente para mejor en los años venideros”. El peligroso riesgo de las percepciones fundacionales. Netanyahu, por cierto, se plantea también incidir en un cambio de régimen en Irán.

Estas observaciones pueden ayudar a matizar la supuesta impotencia de Washington para contener al gobernante israelí. En todo caso la crítica esencial de EE.UU. -compartida por sectores de ambos partidos-, refiere a la necesidad de la salida estatal para los millones de palestinos que han habitado por centurias esos territorios.

Protestas en Túnez por el atentado que  liquidó al líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah. Foto EFEProtestas en Túnez por el atentado que liquidó al líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah. Foto EFE

Entienden que si Israel no soluciona ese dilema, estas poblaciones acabarán reclamando la ciudadanía israelí si sus tierras son anexadas al mítico Gran Israel como aspiran los aliados inegristas de Netanyahu. Esa es la meta de todo lo que estamos viendo.

Dado que esa gente no se marchará porque ahí está también su patria, si no se la reconoce y se la somete a un apartheid se jaqueará la identidad democrática de Israel y se potenciará a niveles mayores este conflicto que se arrastra desde 1947. Es un callejón peligroso que el mandatario israelí persiste en desdeñar y del cual prefiere escapar hacia adelante.

La intención ahora con Irán es aprovechar la circunstancia para anular militarmente su capacidad nuclear. La teocracia carece de la bomba, pero marcha cerca de conseguirlo. Un golpe a esos laboratorios bajo tierra es tan posible como el que arrasó con los cuarteles de Hezbollah en Beirut y enterró a su líder Hassan Nasrallah bajo medio centenar de bombas de una tonelada.

También apuntará a las refinerías del régimen para golpear su economía, lo que garantiza un temblor ya visible en el mercado petrolero a semanas de las elecciones norteamericanas. Es ahí donde mira Joe Biden cuando discute esta estrategia.

Es claramente lo que se viene y no será sencillo. Henry Kissinger enseñaba que se sabe cómo comienza una guerra pero nunca cómo termina. Para Israel la invasión en Líbano puede convertirse en un pantanal vietnamita debido al potencial de esa milicia y su capacidad de guerra de guerrillas que probó con éxito en 2006. Ocho soldados israelíes de elite muertos en las primeras horas del desembarco es un indicador.

La escalada contra Irán, aparte de la extensión del conflicto a niveles nacionales, arrastrará a gran parte del poder occidental. De ahí las ominosas percepciones entre analistas y líderes mundiales que temen un descontrol total de esta crisis cuando ya sea tarde para contenerlo.

Un bombardeo sobre Irán, con el guiño público o privado de Washington, agitará a los tres socios relevantes de la potencia persa, Corea del Norte, China y Rusia. La paradoja es que de esas capitales dependerá que este incendio no se encamine a un escenario aún peor y global. Esa observación mejor que cualquier otra evidencia la enorme fragilidad del momento.

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