Como en una cornisa frente al abismo. La ofensiva israelí en Líbano reproduce esa imagen, retroceder o caer. El abismo es la invasión terrestre que está prácticamente decidida, y en el cual se precipitó ya el país hebreo en 1982 y 2006. Es probable que Hezbollah, la potente milicia pro iraní que más aun que Gaza ocupa ahora el blanco principal del premier Benjamín Netanyahu, busque esta consecuencia, seguro de que Israel caerá en el mismo laberinto de aquellas dos experiencias anteriores.
El año que se cumple en breve de guerra en la Franja muestra que no ha sido posible eliminar totalmente al grupo terrorita Hamas. Netanyahu lo sabe. Se lo ha dicho su propio ministro de Defensa, Yoav Galant. Del mismo modo no existe una solución militar definitiva para la más poderosa milicia libanesa, ambas apañadas por Irán. De ahí que los analistas intentan desentrañar el propósito de esta escalada.
Hezbollah, una organización reaccionaria y furibundamente crítica del Ejecutivo palestino, creada por Teherán como resistencia en la primera invasión del 82, ha enloquecido a Israel con un conflicto de baja intensidad en la frontera norte desde el inicio de los ataques en la Franja contra Hamas. Esa ofensiva obligó a la evacuación de cientos de miles de habitantes de las ciudades vecinas a Líbano.
El pretexto del gobierno israelí con este ataque es conseguir regresarlos con seguridad a sus hogares. Pretende una escalada para desescalar, es decir que un Hezbollah severamente maltratado se avenga a una parcial rendición. Un objetivo complejo de alcanzar, por decir lo menos, después de los humillantes golpes que sufrida la organización con los dispositivos de mensajería.
Dos días seguidos que arrasaron con una legión de la dirigencia de la milicia, a lo que siguió la burla de los aviones militares rompiendo la barrera del sonido mientras el líder de Hezbollah, Hasan Nasrallah, reprochaba en un discurso que Israel le declaró la guerra y, finalmente, la lluvia de bombas también en Beirut que acumularon cientos de muertos en apenas horas, incluyendo la eliminación de dirigentes cruciales del grupo.
Solo para calibrar el tamaño de lo que está ocurriendo, la aviación israelí estimó que los bombardeos sobre Líbano desde el pasado lunes han sido los más extensos jamás llevados a cabo en la historia de la fuerza aérea, según Times of Israel. Más de 1.600 sitios atacados con más de 2.000 municiones. Es difícil entonces hallar la parte de la desescalada en la formulación.
Un difícil retroceso
En un escenario de semejante daño físico y simbólico, no puede esperarse que Nasrallah retroceda. Si lo hace, debilitaría también a su padrino iraní. Pero sí es probable que el agravamiento de la crisis forme parte de su plan de batalla. Tiene las experiencias anteriores y una capacidad militar significativa repotenciada. Este cronista cubrió la segunda guerra del Líbano y pudo observar que no se saldó con una victoria israelí.
La milicia sorprendió combatiendo con procedimientos de guerrilla al estilo Vietcong, con patrullas pequeñas, nada de atacantes suicidas, sus milicianos confundidos entre la gente, golpeando y escapando. Fue EE.UU. y la ONU los que lograron resolver ese atolladero con un acuerdo con el entonces apremiado premier Ehud Olmert para desplegar un cordón de contención con Cascos Azules a la altura del río Litani que distendió el conflicto .
La foto del momento actual es más compleja. Muestra a Israel confrontando tres conflictos en simultáneo: Gaza, donde el enclave fue arrasado con un enorme costo de vidas civiles en un raro, digamos, procedimiento militar que logró eliminar totalmente al grupo terrorista Hamas; la presencia extremadamente dura del ejército y la tensión con formato de guerra civil en la Cisjordania palestina ocupada; y ahora este despeñadero del Líbano. Aquellos analistas coinciden mayoritariamente en que estos tres factores exhiben el dato en común de la ausencia del día después. De un plan de salida. Quizá se equivoquen.
Es posible suponer que en este incendio multiplicado, que arrastrará inevitablemente a EE.UU. y a las potencias europeas, radicaría un propósito vinculado más precisamente con el destino de los territorios palestinos. Netanyahu acaba de dar portazos a la propuesta de EE.UU. y otra decena de países del Norte Mundial para un alto el fuego en Líbano que abriera paso a negociaciones diplomáticas. Por el contrario, mueve importantes contingentes desde el sur en Gaza a este nuevo frente con la intención de una ofensiva en toda la línea con la excusa de que Hezbollah apuntó un misil hacia Tel Aviv.
La opción de impulsar acuerdos para un cierre general de un conflicto, que en términos geopolíticos para el Norte mundial es un estorbo en el camino de las cuestiones centrales de la era, particularmente la rivalidad con China, contemplaba un conjunto de pasos que edificaran algún tipo de coexistencia. Es lo que ha quedado ahora en la banquina de este sendero. Se proponía una negociación con Hamas para un cese del fuego que permitirá el rescate de los rehenes que aún retiene la banda terrorista apresados en el bárbaro ataque del 7 de octubre
Le seguiría el fortalecimiento de la Autoridad Palestina en Ramallah en alianza con países árabes que ejercerían como bastones de una administración de los territorios. Finalmente, la arquitectura de Dos Estados con el reconocimiento del derecho a existir de una República Palestina, lo cual no implica la constitución automática de esa Nación debido a que no hay claridad donde podría asentarse debido al aluvión de colonos en esas tierras.
Quienes han defendido ese camino, que no es precisamente la izquierda radical mundial, sostienen que dejaría sin relato a la potencia iraní, que ha usado el conflicto de Oriente Medio para mostrar músculo regional pero también para correr el eje de sus propias calamidades internas. También Hezbollah ha sobrevivido a lomo de esa crisis, al igual que Hamas.
La ilusión palestina de un Estado generaría necesariamente una détente en la región donde la mayoría de los gobiernos, no solo los árabes, rechazan el extremismo y buscan huir de este conflicto crónico. Es por eso que Arabia Saudita, el poderoso aliado de EE.UU y que se ha reencontrado recientemente a nivel diplomático con su antiguo archienemigo Irán, acaba de advertir que mantiene la condición de edificar un Estado Palestino como peaje central de un acuerdo con Israel.
Maniobras contra «los dos Estados»
Netanyahu ha estado, sin embargo, toda su vida política en contra de una salida negociada. Figuras de relieve como el ex premier Ehud Barak lo han acusado públicamente de haber extendido esa posición al extremo de entregarle cientos de millones de dólares a Hamas vía Qatar para pretextar que el campo palestino está dividido y no es posible hacer acuerdos.
Esa visión se consolidó con el aporte de figuras extremistas y mesiánicas en el actual Gabinete israelí públicamente inclinadas a una guerra total en la región como presupuesto para anexionar el espacio palestino en el mapa de un hipotético Gran Israel. Si hubiera negociaciones de cualquier índole, incluso con lo que queda de Hamas, esas ambiciones perderían consistencia porque conllevaría el eventual predominio de un Ejecutivo palestino.
Toda esta historia perturbadora en Oriente Medio parece ser rehén de esas ambiciones. El diario The Guardian acaba de confirmar un dato que consignó esta columna al revelar que Netanyahu considera un plan para expulsar a los habitantes que aun permanecen en el demolido norte de Gaza y crear una “zona militar cerrada”. El paso previo al desembarco de civiles. ¿Esta ahí el día después?
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